Para nadie es un secreto que vivimos tiempos complicados y caóticos y tratar de vislumbrar un futuro con tranquilidad es un ejercicio meditativo que pocos nos atrevemos a practicar pero más por una cuestión de supervivencia que otra cosa.
Esta pandemia ha puesto a prueba todo, pero sobre todo ha puesto a prueba al ser humano en toda sus dimensiones puesto que ha logrado remover lo mas profundo de su ser y eso ya es mucho decir.
En mi caso personal, ha logrado remover cimientos interiores que han ido cayéndose como castillos de naipes mostrándome una realidad que ni en sueños hubiera imaginado llegando a la conclusión con una fuerza desbordante, que a lo único que me puedo aferrar es al presente, al aquí y ahora, porque si antes me permitía dudarlo, ahora ya no me cabe la menor duda de que no existe nada más. Nada.
Ese mismo vértigo me ha llevado vivir de una manera despiadada con las cosas simples, que parece que no significan nada, pero para mí significan todo. Así es de que cuando se ha tratado de vivir, no he dado ni recibido migajas, he vivido sin piedad.
Por eso en cuanto he podido…
He respirado aire puro hasta que mis pulmones se llenaran de vida,
he abrazado con entrega hasta que mi pecho se armonizara con otro,
he besado hasta que mis labios se transformaran en medicina,
he bailado hasta que mis movimientos contagiaran alegría,
he contemplado como si todo lo que veo, fuera un cuadro para enmarcar
he saboreado la comida hasta que mis sentidos se fundieran en ella.
Pero sobre todo he aprendido que la incertidumbre siempre ha estado conmigo, pero que hasta ahora la estoy mirando de frente con aceptación y la recibo, porque eso es lo que me ha permitido vivir sin miedo y vivir con más fuerza.
¡He aprendido tantas cosas que si no las comparto, me reviento!
Por eso vengo llena de esperanza, de vida y de fuerza para repartir sin piedad …
¿Entonces qué? ¿Comenzamos?
